En 2006, los psicólogos ingleses Thomas Webb y Paschal Sheeran, de la Universidad de Sheffield, demostraron que para aprender nuevos hábitos y mantenerlos no es suficiente con las buenas intenciones.
Sheeran y Gollwitzer demostraron la eficacia de elaborar un plan concreto para realizar las intenciones, como por ejemplo crear el hábito de la preparación previa a la práctica, o sea realizar siempre el mismo ejercicio, realizarlo a la misma hora, tener la ropa adecuada lista, fijar el tiempo que se destinará a esa actividad física, etc., porque todo este ritual facilita recordar el objetivo. Y en el caso que ocurra un imprevisto, por ejemplo si llueve, se deberá dar paso a un plan B, por ejemplo, en lugar de salir en bicicleta, reemplazarlo siempre por otro ejercicio viable los días de lluvia.
Es importante que la actividad deportiva que se elija esté integrada al estilo de vida, que sea realista, viable y se adapte a la persona, teniendo en cuenta que para mantenerse en forma es suficiente con caminar regularmente a buen ritmo y subir escaleras.
Debido a que con sólo la intención inicial, uno de cada dos personas abandona antes de los dos meses, los investigadores trataron de centrarse en la mejor forma de generar un automatismo.
En primer lugar, una conducta automática se logra si ésta se reitera durante bastante tiempo en condiciones ambientales que favorezcan el hábito; y en segundo lugar, se deben percibir en forma constante las consecuencias positivas de tal hábito para mantener la motivación, tratando de no atribuir la falta de constancia a causas externas.
Los investigadores pudieron constatar a través de un estudio que duró veinte años, que las personas optimistas eran más activas, incorporaron con mayor facilidad los nuevos hábitos y se mantuvieron más sanas que las pesimistas.
Es probable que los optimistas tengan una mayor convicción de llegar a lograr sus propósitos, lo que les permite disminuir su nivel de estrés, administrar mejor sus recursos, superar mejor las dificultades y sobreponerse más rápido a las circunstancias adversas.
Además, una persona optimista, cuando fracasa, no suele verse a sí mismo como un fracasado sino que es más fácil que atribuya ese fracaso a una elección errónea, lo que le permitirá aprender de esa experiencia y fijarse metas más realistas.
Otro factor importante es el papel que tienen las emociones en la práctica de un deporte. Si el hecho de ir a la oficina en bicicleta en lugar de usar un cómodo automóvil dispara una reacción de desagrado, aunque racionalmente esa persona crea que dicha actividad la beneficia, obviamente necesitará una mayor fuerza de voluntad para practicarla; por lo que le resultará más conveniente elegir otra actividad física como por ejemplo, caminar media hora de su tiempo para el almuerzo.
Malena
Fuente: Ralf Brand, profesor de psicología deportiva en la Universidad de Postdam y Daniela Kahlert, investigadora deportiva. "El motor hacia la actividad física"; "Mente y Cerebro" No.44
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