dijous, 20 de juny del 2013

El Abanico de Cien Años

He oído que en tiempos remotos, un buhonero de abanicos de mano solía
pasar a diario frente al palacio de un rey, vociferando acerca de lo
excepcionales y estupendos que eran los abanicos que tenía a la venta.
Proclamaba que nunca nadie había fabricado ni visto abanicos como
estos.
El rey tenía una colección de todo tipo de abanicos provenientes de
todos los rincones del planeta. Sintió curiosidad y salió al balcón
para ver al vendedor de tan extraordinarios y estupendos abanicos. Sin
embargo, le pareció que los abanicos eran corrientes, a lo más, que
valdrían una rupia cada uno, pero hizo llamar al hombre.
El rey preguntó: «¿Por qué son tan extraordinarios estos abanicos y
cuál es su precio?»
El buhonero respondió: «Su Majestad, el precio no es muy alto. En
comparación con la calidad de estos abanicos el precio es muy bajo.
Cien rupias cada abanico».
El rey estaba asombrado. «¿Cien rupias? Estos abanicos que valen una
rupia cada uno, que no valen más de diez pesetas, pueden encontrarse
en todas partes… ¿y pides cien rupias por cada uno? ¿Qué tienen de
especial estos abanicos?»
El hombre dijo: «¡La calidad! Cada abanico está garantizado durante
cien años. No se estropearán ni siquiera en cien años».
«Si me baso en su aspecto, parece imposible que duren ni siquiera una
semana. ¿Estás tratando de engañarme? ¿Es esto un fraude total? ¿Y
además al rey?»
El buhonero replicó: «¡Mi Señor! ¿Cómo me atrevería? Usted sabe muy
bien, Señor, que paso diariamente bajo su balcón vendiendo abanicos…
El precio es de cien rupias por abanico, y me hago responsable si no
dura cien años. Me podéis encontrar todos los días en la calle. Y
además, sois el soberano de estas tierras, ¿cómo podría estar a salvo
si os engaño?»
El abanico fue comprado por el precio solicitado. Aún cuando el rey no
confiaba, se moría de curiosidad por saber en qué se basaba el
buhonero para hacer esas afirmaciones. Se le ordenó al hombre que se
presentara después de siete días.
La varilla central se desprendió en tres días, y el abanico se
desintegró antes de una semana.
El rey estaba seguro de que el hombre de los abanicos nunca se
presentaría nuevamente. Sin embargo, para su completa sorpresa, el
hombre se presentó por su propia voluntad tal como se le había
requerido: a tiempo, al séptimo día.
«¡A su servicio, su Señoría!»
El rey estaba furioso: «¡Canalla! ¿Eres un bobo? Mira, ahí está tu
abanico, todo roto. Este es el estado en que se encuentra después de
una semana y tú me garantizaste que duraría cien años. ¿Estás loco o
eres un gran timador?»
El hombre replicó humildemente: «Con las debidas excusas, parece ser
que mi Señor no sabe utilizar un abanico. El abanico debe durar cien
años. Está garantizado… ¿Cómo lo utilizó?»
«El rey le dijo: «¡Dios mío! ¡Ahora también deberé aprender a utilizar
un abanico!»
«Por favor no se enfade. ¿Cómo llegó el abanico a este estado en siete
días? ¿Cómo lo utilizó?»
El rey tomó el abanico y le mostró la forma según la cual uno se abanica.
Y el hombre dijo: «Ahora comprendo el error. No ha de abanicarse de esa forma».
«¿Qué otro método existe para abanicarse?»
El hombre le explicó: «Sostenga el abanico; manténgalo inmóvil frente
a usted y luego mueva la cabeza de un lado a otro. El abanico durará
cien años.
Osho.

Jaume Guinot
Ciudadano del mundo

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