Mucho se ha hablado de los flechazos o del 'amor a primera vista', pero menos del fenómeno contrario. ¿Cómo se explica eso de conocer a alguien y no tragarlo de buenas a primeras?
Existen ciertas personas cuyos actos, ideología o aspecto provocan un rechazo unánime (o al menos mayoritario), aunque no las conozcamos. En estos casos, su sola imagen puede generar un sentimiento de repulsa que, de algún modo, somos capaces de entender. Pero hay ocasiones en las que alguien se nos atraviesa y no podemos encontrar las razones. No se trata de que sea repulsivo: seguramente caerá estupendamente a otras muchas personas; no a nosotros. En estos casos en los que el sentimiento propio no se corresponde con la tónica general, nos preguntamos ¿qué provoca que las personas nos caigan bien o mal a primera vista?
Según José Manuel Sánchez Sanz, director del Centro de Estudios del Coaching, este chispazo negativo funciona como “un mecanismo de supervivencia que nos pone en alerta ante circunstancias que nuestro cerebro tiene catalogadas como peligrosas o amenazadoras”. Aunque existen situaciones u objetos universales que generan repudio, cada uno de nosotros tiene su propio catálogo personal de aversiones más o menos conscientes: “El rechazo será nuestra respuesta corporal ante situaciones desagradables o inquietantes”. Con la sensación de mala espina sobre alguien, “procuraremos ahorrarnos un daño físico o psicológico posterior”.
A nivel fisiológico, aludiendo a la teoría del considerado el padre de la inteligencia emocional, Daniel Goleman, la reacción natural de alerta surgirá en la amígdala, “una región del cerebro responsable en gran medida de los juicios rápidos que emitimos acerca de las personas”, explica Sandra Burgos, de 30 k Coaching: “Cualquier emoción que nos lleve a comportamientos viscerales está siendo gestionada directamente por esta glándula, así que la respuesta automática no es racional, sino espontánea e instintiva”.
¿A quién me recuerda?
“Hay personas que sienten antipatía por los jefes; y hay quién tiene manía a las personas rubias o altas, a los jóvenes o a los que siempre sonríen. La lista es infinita”, según palabras de Sánchez Sanz. Pero, ¿por qué alguien sobre el que no tenemos la más mínima información nos parece una amenaza? “A menudo se tratará de señales que la otra persona emite y que evocan en nosotros recuerdos de experiencias pasadas o personas desagradables con las que nos hemos cruzado en otro momento de nuestras vidas”. Así, un rasgo facial, un olor, un timbre de voz, o incluso una coletilla al hablar, bastarían para hacer reaccionar a esta glándula y disparar esas alertas. El recorrido vital de cada uno determinaría, entonces, qué estereotipos leemos en una u otra dirección.
Uno de los detonantes más claros de la evocación es el olor. Este sentido, según Teresa Baró, experta en comunicación no verbal, es uno de los sentidos más desarrollados pero menos tenidos en cuenta a la hora de analizar su influencia en nuestro comportamiento: “Es una vía de comunicación por la que generamos sensaciones agradables o desagradables”.
Nos delata lo que rechazamos
Otro condicionante subjetivo es que las características visibles de esa persona que nos resulta hostil sean las que rechazamos de nosotros mismos: “Buena parte de lo que evitamos enérgicamente en el otro tiene que ver con aspectos de nosotros mismos que no nos gustan, aunque no lo queramos reconocer”, revela Sánchez Sanz, director del Centro de Estudios del coaching. Si esto pasa incluso sin estar muy seguros de que esos rasgos odiados están presentes o no en esa persona, podría explicarlo una investigación de la Universidad de Wake Forest (Estados Unidos), que asegura que el ser humano tiende a proyectar en los demás algunos de los rasgos de su personalidad.
Así que, quizá, la próxima vez que no soporte a alguien a primera vista, reflexione sobre qué parte de usted haría bien en cambiar. “Las personas con autocontrol no dejan que la amígdala les domine, ni ante la presencia de una persona cuyas señales corporales, verbales o estéticas les produzcan rechazo de forma automática”.
Lo que nos transmiten sin hablar
Pero más allá de los juicios iniciales ligados a la experiencia subjetiva, para algunos expertos existen características personales (algunas modificables y otras no), que pueden inclinar la balanza hacia el rechazo o la atracción de los desconocidos. Autores como Paul Ekman, psicólogo pionero en la investigación de las emociones y de su manifestación en el rostro, consideran determinante el lenguaje corporal: “Incluso cuando no decimos nada verbalmente, seguimos comunicando, y podemos emitir señales no verbales que generen rechazo en los demás”, recuerda Burgos. Los estudiosos encuentran algunas posturas susceptibles de generar mala impresión en los demás. Por ejemplo, “aquellas indicadoras de una actitud distante o poco afable, cruzando brazos o piernas en dirección contraria al lugar donde nos encontramos”, relaciona la directora de 30k Coaching. La presencia de microexpresiones faciales de ira o desprecio actuarán como revulsivos naturales, justo lo contrario que sucedería con una expresión amable o de amistad.
Otro elemento a tener en cuenta es si se desentona o se está en consonancia con el ambiente. Para Álvaro y Víctor Gordoa, directores del centro universitario Imagen Pública, en México, “una imagen que desentone con la que se espera de nosotros en una situación dada, podría generar rechazo, al estar violando la norma implícita del evento o situación”.
Fuente: El País
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